Cuando aún estando en Argentina me dijeron: “vas a descubrir Paris de una manera que no muchos conocen” inmediatamente me anoté en el plan y esperé ansiosa a que llegara el día. Paris sous terre – bajo tierra -, prometedora invitación que tras una investigación exhaustiva en Google se me antojó curiosa e incierta al mismo tiempo.
El turista que busca en la ciudad algo más que museos e iglesias puede visitar las catacumbas parisinas por 45 minutos y un precio aproximado de 10€. Son visitas diurnas y, aunque no califican entre lo más popular por aquí, hay quienes hacen la experiencia y descubren una pequeña parte de los 300 km de galerías subterráneas (las antiguas carrières de Paris), que se calcula albergan los restos de más de 6 millones de personas.
En nuestro caso la incertidumbre inicial se debía a que la invitación personalizada tenía algunas diferencias respecto de la visita turística “oficial”. La cita era a las 21hs en una calle cualquiera de la ciudad, con linternas + una lámpara de carbón en mano + zapatos aptos para mojarse y nuestras mochilas al hombro. En ellas cargamos, según las indicaciones: velas, une petite bouteille de pif paf (una manera simpática de nombrar a la botella de alcohol para alegrar l’esprit des catacombes), una sartén, cubiertos y un hornillo para cocinar.
A esta altura vale aclarar que hay más de una forma de descubrir estos pasajes que de hecho se extienden debajo de casi toda la ciudad.
- Opción 1: uno busca en internet las salidas, paga, visita, saca fotos y vuelve a su casa con el souvenir.
- Opción 2: uno conoce a alguien, que conoce a alguien, que es cataphile (término real en esta lengua que designa a los visitantes clandestinos de las carrières de Paris). Entonces sale en plena noche a levantar la tapa de una alcantarilla situada en mitad de la vereda (si si, las de las Tortugas Ninjas, esas mismas) y bajo la mirada suspicaz de algún transeúnte baja un tramo de escaleras en plena oscuridad e ingresa al mundo de les Catacombes Interdites (Catacumbas Prohibidas).
Ahora bien… ¿con qué opción se quedan ustedes? No es por influir en su elección, pero como último dato les comento que la segunda opción incluye una parada en salas como las que muestran en las fotos y una cena con omelettes, croque-monsieur y vino francés.
Además de, por supuesto, agua, barro, graffitis y una decoración creada por las velitas, adornos y obras que los visitantes van dejando y disponiendo para pasar la velada, que hacen de este escenario uno de los más atípicos que conocí hasta el momento. Lejos de la postal del Sena y Notre Dame, una de las tantas caras ocultas y curiosas de ma belle ville.